Soy reincidente.

Si, la cuarta generación de farmacéuticos.

Bisabuelo, abuelo, padre, madre y yo.

Si esto no es ser reincidente que venga quien sea y me lo diga.

¿Tiene importancia?

No.

Sólo digo lo que hay.

Me acuerdo de pequeña que mi abuelo tenía un tilo.

Un tilo es el árbol de donde se saca la tila.

Esa tila que te tomas cuando estás nerviosa, pones el agua a hervir, metes el sobrecito o las hierbas en el agua y te da un momento de relax y placer.

Esa misma tila, mi abuelo y mi padre la cogían de un árbol que tenían, del tilo.

La llevaban a casa y extendían las flores y las hojas sobre el suelo del “sobrao”.

En el piso de arriba de la casa, donde hacía más calor.

Allá por junio y las dejaban allí unas semanas hasta que se secaban y podía empaquetarlas en bolsas para venderlas en la farmacia.

Todos los años lo mismo.

Me llamaba mucho la atención y lo recuerdo como si fuera ayer.

Llámalo morriña si quieres.

Y es que las plantas siempre fueron la base, los cimientos de la farmacia.

Lo siguen siendo.

De ellas se extraen y se extraerán muchos medicamentos.

Farmacia y plantas no se pueden separar.

Por eso también hablo mucho de plantas en mis correos y las verás en mi farmacia, porque tienen el poder de mejorar tu salud.

Bien usadas, claro, y de calidad.

No todo vale.

Hay que saber de dónde viene esa planta, cuándo se ha recogido, cómo se ha recogido y qué lleva exactamente.

Si no, igual no vale para nada.

Y además, hay que saber si tú la puedes tomar o no. Si interacciona con tu medicación o con alguna enfermedad que puedas tener.

Si quieres descubrir qué pueden hacer las plantas medicinales por ti, nada mejor que te apuntes aquí:

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